“Historia de las villas en la ciudad de Buenos Aires. De los orígenes hasta nuestros días” es el libro de Valeria Snitcofsky que reconstruye los antecedentes históricos de las villas en la ciudad de Buenos Aires a partir de una investigación que inició en el año 2003 y cuyos avances se expresaron en una tesis de licenciatura y otra de doctorado. Planteando un recorrido que se abre hacia fines del siglo XIX, se enmarca dentro del objetivo de la Fundación Tejido Urbano centrado en promover la investigación y generación de conocimiento en torno a la problemática del hábitat y la vivienda.
Editado y publicado en 2022 por la Fundación Tejido Urbano y con el cuidado de la edición de Bisman Ediciones, el libro indaga en las principales organizaciones conformadas entre 1958 y 1983 en estos espacios, como ser la Federación de Villas y Barrios de Emergencia, el Movimiento Villero Peronista y la Comisión de Demandantes destacando aquellas formas fundamentales de negociación y confrontación establecidas con el Estado. Hacia el final, un epílogo presenta los principales cambios y continuidades producidos entre el período abordado y las primeras dos décadas del siglo XXI.
El libro de la investigadora y doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Valeria Snitcofsky, ha sido galardonado con el premio principal en la categoría “Investigación” del 18° Premio de Arquitectura SCA-CPAU y será presentado en el marco del III Congreso de la Asociación Iberoamericana de Historia Urbana Madrid, a llevarse a cabo entre el 22 y 25 de noviembre de 2022, con comentarios de Charlotte Vorms (Université de Paris 1, Panthéon-Sorbonne) y María José Bolaña (Universidad de la República Oriental del Uruguay).
A continuación, nos propusimos entrar en diálogo con su autora, Valeria Snitcofsky, y con el presidente de la Fundación Tejido Urbano y promotor del libro, Pablo Roviralta, para poder sintetizar los contenidos que aporta el libro y comprender las ideas, experiencias y miradas que han impulsado esta investigación.
Texto enviado por Valeria Snitcofsky. Si la llamada “informalidad” remite a lo no registrado, a lo no reconocido oficialmente por el Estado, necesariamente se presenta ante los ojos de quien investiga como una realidad esquiva, de difícil acceso para el análisis histórico. Sin embargo, esa misma dificultad puede leerse a su vez como un potencial desafío y una puerta de entrada a mundos complejos, que encierran claves para derrumbar viejos preconceptos. En las ciudades latinoamericanas, esos preconceptos están particularmente arraigados y tienden velar el conocimiento sobre los espacios nombrados con términos como “favelas”, “callampas”, “cantegriles” y, en el caso de Buenos Aires, “villas”.
La primera “villa” conocida como tal, se formó hacia principios de 1932, y sus habitantes fueron obreros sin empleo, por lo que fue bautizada popularmente como “Villa Desocupación”. Este vecindario, integrado mayoritariamente por inmigrantes europeos, fue desmantelado en 1935 y, a pesar de su breve existencia, dejó marcas en una cantidad significativa de fuentes que abarcan desde películas hasta tangos, milongas, obras de teatro y ensayos.
Hacia mediados del siglo XX, con la consolidación de la industrialización por sustitución de importaciones, la afluencia masiva de migrantes internos tuvo como correlato un drástico crecimiento de las villas en la ciudad de Buenos Aires, relevadas por primera vez en un censo de 1956, que registró un total de 33.920 habitantes. El censo, a su vez, integró el llamado “Plan de Emergencia”, que constituye la primera política pública destinada específicamente a la intervención sobre estos espacios en Argentina, y que tuvo como objetivo el desalojo masivo de sus habitantes, seguido por la relocalización en una serie de conjuntos de vivienda social. Como respuesta ante las medidas mencionadas se conformó, hacia fines de los años cincuenta, la primera organización sectorial que nucleó a estas poblaciones: la Federación de Villas y Barrios de Emergencia de la Capital Federal.
Bajo la dictadura encabezada por Juan Carlos Onganía, se implementó en 1968 un nuevo intento de desalojo masivo. En este marco, la Federación de Villas fue perdiendo representatividad hasta ser reemplazada en 1973 por el “Movimiento Villero Peronista”, que trascendió los límites de la ciudad de Buenos Aires y asumió una escala nacional. Esta organización finalmente se dividió, como consecuencia de las tensiones internas que atravesaba el peronismo del período y, fundamentalmente, como resultado del lanzamiento del “Plan Alborada” que, una vez más, preveía el desalojo de las villas y el desplazamiento de sus habitantes hacia grandes conjuntos situados en zonas periféricas.
Entre 1976 y 1983, coincidiendo con la dictadura más violenta de la historia argentina, tuvo lugar un despliegue represivo inédito sobre las villas, seguido por numerosos operativos de desalojo compulsivo que expulsaron a más de 200.000 personas del perímetro urbano. Como reacción ante estos operativos se conformó una nueva organización territorial, la “Comisión de Demandantes”, que mediante una serie de juicios y con el apoyo de una parte de la Iglesia católica, logró limitar los desalojos en cinco villas de la ciudad.
Durante la década de 1980 tuvo lugar un acelerado repoblamiento de las villas y se fueron constituyendo en Buenos Aires nuevos tipos de liderazgo territorial, signados por un contexto de creciente desempleo, donde el hambre asumió dimensiones inéditas y tendieron a ganar espacio las prácticas clientelísticas. Simultáneamente tuvo lugar la difusión de las drogas y el debilitamiento significativo, aunque nunca definitivo, de las solidaridades que habían sido parte constitutiva del vínculo entre quienes habitaban las villas. Por otra parte, durante las primeras décadas del siglo XXI, se fue consolidando la noción de Derecho a la Ciudad, que pareciera haber alejado el fantasma de los planes generales de desalojo masivo. De todas formas, y pese a la implementación de algunas políticas tendientes a la integración sociourbana, la precariedad sigue avanzando a pasos agigantados sobre la ciudad de Buenos Aires, evidenciando su naturaleza crecientemente desigual.
Texto enviado por Pablo Roviralta. A raíz de una breve pero apasionante experiencia al frente del Instituto de Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires puse en marcha una organización ligada al hábitat. Me había asomado a la existencia de miles de vecinos que luchaban por hacer pie en la ciudad, gozar sus ventajas, y encontraba que tenía sentido entender esa lucha, hacer patentes tantos sacrificios, registrar la insuficiencia de la acción pública cuando las grandes variables macroeconómicas están hechas flecos.
Así nació Tejido Urbano, con el ánimo de entender, alertar y combatir el déficit habitacional de nuestra ciudad. Lo haría promoviendo investigadores y profesionales ligados al hábitat y a la pobreza urbana, difundiendo contenidos inéditos que colaboren al aprendizaje de buenas prácticas y generando metodologías de intervención territorial que enriquezcan las políticas públicas. Todo ello, con los discretos recursos de una organización civil argentina.
Vamos a una síntesis. Más allá del tipo de tenencia, alrededor de la cuarta parte de los porteños vive en malas condiciones. Las villas ─la expresión más clamorosa del déficit habitacional─ explican la mitad del problema. Conjuntos habitacionales en mal estado, casas y fábricas tomadas, conventillos desvencijados, hoteles e inquilinatos, y la pura y dura vereda lo completan. A diferencia del resto, las villas fueron autoconstruidas luego de que sus primeros pobladores ocuparan tímidamente vacíos urbanos que el mercado desechaba o el Estado tenía en desuso o fuera de control. Así pusieron en valor basurales, parrillas ferroviarias olvidadas y zonas anegables. Centenares de miles de personas cuyo patrimonio está enterrado en aquellos barrios ─hoy llamados populares─ con características propias.
La última reunión de Hábitat (Quito, 2016) consagró el valor de una ciudad compacta. Las villas porteñas cumplen ese consejo ya que en el 1,5% de la superficie de la ciudad reúnen alrededor del 10% de la población. El reverso de su hacinamiento doméstico es un espacio público colmado, lleno de vida, con algunas calles que parecen shoppings a cielo abierto; no casualmente llaman a la calle Corvalán “la Florida de la Villa 20”. Jane Jacobs se alegraría al contemplar su mixtura de usos y el control social que genera semejante “mezcla de experiencias”. Hay plata en las villas. Hasta nuevo aviso digo que la mitad trabaja extramuros y la otra mitad mueve el dinero que aquellos traen.
Claro, no todas son dichas. El hacinamiento se convierte pronto en una trampa si no llega la infraestructura en su rescate. Hace seis años el Gobierno de la CABA abordó el problema en cuatro villas: dos grandes (la 31 de Retiro y la 20 de Lugano) y dos chicas (Rodrigo Bueno, de Costanera Sur, y Playón Fraga, junto a la Estación Federico Lacroze, en Chacarita). Las cuatro representan casi el 30% del total. De todas ellas se obtuvieron grandes aprendizajes. El trabajo de Valeria Snitcofsky, publicado recientemente por Tejido Urbano, sobrevuela este elogiable impulso público. Recorre en cambio las primeras manifestaciones de este modo de habitar la ciudad hasta el regreso de la democracia, luego de que unas 200.000 personas fueran deportadas más allá de la General Paz. De manera científica, con una rica variedad de perspectivas, describe la resistencia de decenas de miles de familias que no quisieron vivir al margen de nuestra ciudad, cuya riqueza multiplica por cuatro la del promedio nacional. Me preguntan con frecuencia cómo se resuelve el problema habitacional argentino. Respondo a todos: arreglemos la macro.